El día que conocí el Cabuyal

Eran ya casi las tres de la tarde y todavía no habíamos llegado a la Vereda, para mi, era un simple sitio en donde iba a hacer un trabajo más para la universidad, después de subir en bus varios kilómetros y después a pie unas cuadras más llegaríamos a nuestro destino, El Cabuyal, una vereda que aún lucha por estar lejos del atareado mundo de la ciudad.

El Cabuyal se reconoce por tener todavía casas antiguas que no han podido ser derribadas y por personas llenas de historias que han vivido largos años de su vida en el lugar, pero como no todo puede ser color de rosa, también está el monstruo que más la persigue, personas que han llegado allá en busca de tranquilidad pero que con esto han acabado con muchas construcciones históricas para convertirlas en grandes fincas o casas lujosas que borran la huella de la historia.

Nosotras asombradas por lo atardecer que se ven desde allí hablábamos con los habitantes que nos expresaban su preocupación y tristeza de ver como su vereda se iba transformando en una pequeña ciudad, como los costos se incrementaban debido a mayor población y cómo el campesino iba desapareciendo.

Quizá lo más triste de todo es saber que en unos años a el Cabuyal no se lo podrá decir vereda, el afán de la humanidad por las cosas ostentosas y su capitalismo desmesurado van a acabar poco a poco con la tradición,van a invadir espacios, quizá más adelante las grandes construcciones no van a dejar ver la luna, ni cuando se está escondiendo el sol, van a borrar el olor al campo y lo van a reemplazar por olores sintéticos y prefabricados.

Ya al caer la noche tuvimos que caminar un poco para coger de nuevo el bus que se demora 20 minutos en pasar, desde ahí se veía toda la ciudad a la que teníamos que llegar nuevamente a enfrentarnos con los trancones y las indisposiciones de la hora pico, pero mientras bajábamos disfrutábamos del paisaje y de la luz que ofrecía la luna.

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